Fotografía por Aníbal Santos Gómez

lunes, 4 de julio de 2011

De ti y otras adicciones

1ª fase



Día 0


120 pulsaciones por minuto, taquicardia. El corazón se acelera cuando le ves, estás con él o pensando en él.


Euforia



Se lo presentaron en una fiesta. Su carcajada cruzó desde la otra punta de la sala y le atravesó el tímpano, el yunque y el martillo.

Como canto de sirena, la atrajo hacia él, sin importarle las cuerdas que hace unos segundos salían del suelo y se anudaban en sus tobillos.

Se presentó con un guiño de ojos y él, fascinado, cogió las cuerdas y ató sus tobillos a los de ella.

Fue la primera vez que ella probó la droga.



A los 3 días, al levantarse, vio la cuerda malherida en el suelo y, sin saber dónde acabaría el extremo, empezó a tirar de ella.

Le llevó directamente hasta la puerta de su casa, donde tocó con los nudillos ennudados en la cuerda y él la abrió, preguntando con un nudo en la garganta qué hacía allí.


Ella le contestó con un beso y entró en su cuarto con la espalda pegada al cielo, llamando de puntillas por si los oían entrar. La habitación dando vueltas, el tiempo se paró, sus muslos corriéndose y descorriéndose, las cortinas rasgadas, sus uñas pintándose de neón, los dientes chocando y su corazón bombeando heroína en vez de sangre.



Ella no se daba cuenta, pero su cuerpo se iba poco a poco llenando de él.

Cuando el día empezó de nuevo, ella saltó de la cama y, sin que él se diera cuenta, lo besó en la frente y se fue. Salió a la calle y la luz la cegó, así que decidió volar en vez de andar – no fuera a caerse.

Las sonrisas que veía eran exponencialmente más grandes que las del día anterior y el cielo no era azul sino verde y gritaba felicidad y gritaba su nombre.



Quería volver a verle.




2ª fase

 
Día 23


70 pulsaciones por minuto, frecuencia cardiaca estable.


Tolerancia



Él la había llamado y ella cogió una nube para ir hasta su casa – era el camino más rápido.
Él, como siempre, le abrió la puerta, la cogió en brazos y follaron a dos piernas. Después, ya con ropa y sin sudor, se sentaron a hablar de sus cosas: qué cara estaba la fruta, anuncios de coches, prostitutas, has oído esta canción, me recuerda a ti, bailes incapacitantes y lucha libre entre los dos.

Ella ponía sus pies de uñas pintadas en su pecho y jugaba al escondite con ellos, mientras él fisgaba en sus piernas haciéndole cosquillas sin que soltara una risa.

Él comparaba argumentos y decidía posiciones mientras ella defendía su opinión con un beso en los labios.


No se daba cuenta, pero su cabeza se iba amueblando de él.



3ª fase

 
Día 57

 
90 pulsaciones por minuto, frecuencia cardiaca inestable. Falta de apetito, de sueño y de concentración.






Dependencia



Es un día cualquiera, y él no está.



Ella en su cuarto pasando la plancha a apuntes que escriben sobre conciencia y atención, sin poder atender conscientemente.

Le dijo que iba a buscar estrellas, estrellas de mar. Ella no entendía por qué la dejaba allí sola, si para ella él era su estrella. No necesitaba más.

Las horas pasaban por el día igual que sus ojos pasaban del reloj a los apuntes.

Quería hablar con él, aunque fuera de nada. Quería oírle respirar, aunque fuera aire. Y para matar el tiempo se quedó pensando en ese gorgorito tan gracioso que hace cuando cuenta un chiste, y en sus cejas fruncidas cuando le preguntaba con disfraz de hombre serio, y en el remolino de su pelo que es científicamente indomable, y en el mandoble que hace con la mano y sin espada cuando hablaba de ella en tercera persona.


No se había dado cuenta hasta ahora, pero él había anidado en ella.



Fase 4

 
Día 68



130 pulsaciones por minuto, taquicardia. Malestar gástrico. Infartos. Ansiedad y ataques de pánico. Pensamientos obsesivos. Derilium tremens.




Abstinencia



Ella hizo las cosas mal.
Un día tenía el corazón frío y se le calentó la boca y él salió a la calle dando un portazo. La puerta gritó que no le esperara, que seguro que no volvería, y ella se echó a llorar, agazapada en el suelo.


Se preguntaba qué había hecho. Lo único que quería era que la necesitara y él no necesitaba quererla, eso pensó.

Recogió los trozos de la puerta e hizo una señal de auxilio por si él la veía y decidía volver. Mientras tanto, ella se dio capas de barniz para protegerse y, por si él volvía, la encontrara más tangible y dura.


Pero en su interior, el gramófono con la risa de él grabada no dejaba de sonar día y noche y ella pensaba en él y en sus combustiones, y en sus malos desayunos y peores tardes, y en sus idas y venidas y sus paradas y frenazos.



Una mañana el gramófono dejó de sonar. Ya no se oía nada, ni siquiera su respiración.

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