Fotografía por Aníbal Santos Gómez

martes, 27 de diciembre de 2011

Canción de Navidad (de 'el hombre que')

Comenzó a caer la nieve sobre nuestro sofá, mientras tu pelo con dos coletas jugaba con mis dedos cruzados, que jugaban a ensuciarlo, y tu mirada de gatita, obscena, charlaba con mis ganas de ensuciarnos sobre cientos de maneras posibles. Comenzó a caer la nieve sobre nuestro sofá, comenzó a llamar la felicidad por teléfono una y otra vez; subieron los vecinos a celebrar el Año Nuevo, volvieron las tropas que intentaron liberar tu baño justo para abrirle la puerta a nuestro equipo favorito y llegaron los bomberos alarmados cuando comenzaste a gritar sobre mis caderas. Comenzó a caer la nieve sobre nuestro sofá, el salón lleno de gente, nosotros follando dentro del armario, los vecinos armando dentro de nuestros bomberos, los bomberos apagando nuestros medios centros, el edificio a punto de estallar, y el teléfono, con la felicidad al otro lado, sonando. Entonces aterrizaron los Reyes Magos, alertados antes el incendio, para ver si el oro, el incienso y la mirra podían ayudar a los damnificados; con ellos llegaron los borrachos del bar, el barman de los borrachos, el juez de paz y, un poco después, Papá Noel disfrazado de gordo con barba. Y las prostitutas, que hicieron bajar a los astronautas de la Luna rompiendo un par de promesas de amor que les hicieron cuando sólo eran marineros. Alguien puso música amarilla, "we all live..." y entonces dejaron de oírse tus gemidos desde el armario cada vez que acercaba mi lengua a los regalos, y entonces dejaron de oírselo las explosiones controladas que no dejabas de llevarme a cabo, provocadora.
Y no dejaba de caer nieve sobre nuestro sofá, y no dejaban los vecinos que los astronautas se fueran sin apagar las velas, que los bomberos estaban jugando a ser prostitutas y los Reyes habían gastado su magia en la tragaperras del bar, man, mientras Papá Noel se empeñaba una y otra vez en denunciarles por competencia sideral. Pero para aquel entonces ya había pasado la navidad, el juez ya había descubierto todos los secretos del sumario y estaba decretando el desahucio mientras tú y yo seguíamos follando y follando y la felicidad sonando y sonando y sonando...

sábado, 26 de noviembre de 2011

Empezar a explicarlo (Marwan)

No sabría por dónde empezar a explicarlo.
Yo venía embalado de un amor sin agujeros
que se fue agrietando por culpa de algunas faldas
que se anunciaban como diciendo aquí estarías mejor.

Me vi con veintitantos imaginando
que ya no desnudaría otro cuerpo diferente.
Entonces pude haber seguido el ejemplo
de los hombres que mantienen el instinto al ralentí
olvidar los bares y sus muchachas
pero la piel me pedía huracán y delirio.
Ya no llegaría a viejo con ella

Cambié los sueños por los deseos
y rompí la vida en cien mil trozos
por la promesa de unos labios ajenos
intentando convencerme de que no era así,
pensando que habría un fácil viaje de vuelta.
Quizá os imaginéis el golpe.

A la segunda mujer hacía un año que la conocía.
No pude evitar nada y solapé dos sentimientos,
el calor de una con el fuego de la otra.

Fui dos hombres durante un tiempo,
el que buscaba seguridad
y el que pinchaba los airbags.

Por entonces, un tipo -y esto es verdad- me dijo:
Marwan, si tienes un tigre delante
puedes hacer dos cosas:
huir o luchar (y matarlo). Las dos cosas están bien.
Lo que no puedes es quedarte quieto
porque te destrozará.
Y durante meses me quedé quieto,
dudando entre el calor y el fuego,
el calor y el fuego,
la rutina o el desastre.

Mi madre también me habló:
Hijo mío, a veces lo mejor es enemigo de lo bueno.
Y yo ya no entendía nada.

Entretanto bajé a los suburbios de mí mismo,
esos lugares que invitan al placer pero no a la reflexión
y mientras besaba a quemarropa
cada seis minutos me preguntaba
si no sería mejor volver a mis ventipocos,
al amor confortable, al cuerpo cotidiano,
esa plácida comarca sin sobresaltos
donde el placer te lo da la seguridad y no el riesgo,
volver en definitiva a mi chica, a las emociones pacíficas,
utilizar la copia de seguridad de mi pasado.

Con el tiempo entendí que ni lo uno ni lo otro me convenía
pero ya nunca regresé al hogar.

Me decanté por la llama de un amor
que se resistía a tener adjetivos.

Así ella y yo comenzamos
una de esas historias de cara o cruz
con la moneda siempre girando en el aire
y todos los castillos de arena.
Un amor ambiguo donde siempre
era víspera de todo
pero difícilmente día de nada.
Un viaje tan a destiempo
que nunca llegamos al mismo sitio
sin que uno de los dos llevara encendidas
las luces de reserva de su corazón.
Y así mi calle ya nunca más
hizo esquina con París.

Si os soy sincero, lo más jodido de todo es no saber
qué sucedería si volviera a sentir lo mismo
y tuviera que escoger entre
el cuerpo al que amo
y el cuerpo que me hace arder.
No sé, no lo tengo claro.

viernes, 21 de octubre de 2011

La otra copa del brindis (Mario Benedetti)


Al principio ella fue una serena conflagración
un rostro que no fingía ni siquiera su belleza
unas manos que de a poco inventaban un lenguaje
una piel memorable y convicta
una mirada limpia        sin traiciones
una voz que caldeaba la risa
unos labios nupciales
un brindis

es increíble pero a pesar de todo
él tuvo tiempo para decirse
qué sencillo           y también
no importa que el futuro
              sea una oscura maleza

la manera tan poco suntuaria
que escogieron sus mutuas tentaciones
fue un estupor alegre
sin culpa ni disculpa
él se sintió optimista
                                             nutrido
                                                                     renovado
tan lejos del sollozo y la nostalgia
tan cómodo en su sangre y en la de ella
tan vivo sobre el vértice de musgo
tan hallado en la espera
que después del amor salió a la noche
sin luna y no importaba
sin gente y no importaba
sin dios y no importaba
a desmontar la anécdota
a componer la euforia
a recoger su parte del botín

mas su mitad de amor
                                                      se negó a ser mitad
y de pronto él sintió
que sin ella sus brazos estaban tan vacíos
que sin ella sus ojos no tenían qué mirar
que sin ella su cuerpo de ningún modo era
                          la otra copa del brindis
y de nuevo se dijo
qué sencillo
                              pero ahora
lamentó que el futuro fuera oscura maleza

sólo entonces pensó en ella
                                                                eligiéndola
y sin dolor              sin desesperaciones
sin angustia y sin miedo
dócilmente empezó
                                                    como otras noches
                                                                                                    a necesitarla.


lunes, 4 de julio de 2011

De ti y otras adicciones

1ª fase



Día 0


120 pulsaciones por minuto, taquicardia. El corazón se acelera cuando le ves, estás con él o pensando en él.


Euforia



Se lo presentaron en una fiesta. Su carcajada cruzó desde la otra punta de la sala y le atravesó el tímpano, el yunque y el martillo.

Como canto de sirena, la atrajo hacia él, sin importarle las cuerdas que hace unos segundos salían del suelo y se anudaban en sus tobillos.

Se presentó con un guiño de ojos y él, fascinado, cogió las cuerdas y ató sus tobillos a los de ella.

Fue la primera vez que ella probó la droga.



A los 3 días, al levantarse, vio la cuerda malherida en el suelo y, sin saber dónde acabaría el extremo, empezó a tirar de ella.

Le llevó directamente hasta la puerta de su casa, donde tocó con los nudillos ennudados en la cuerda y él la abrió, preguntando con un nudo en la garganta qué hacía allí.


Ella le contestó con un beso y entró en su cuarto con la espalda pegada al cielo, llamando de puntillas por si los oían entrar. La habitación dando vueltas, el tiempo se paró, sus muslos corriéndose y descorriéndose, las cortinas rasgadas, sus uñas pintándose de neón, los dientes chocando y su corazón bombeando heroína en vez de sangre.



Ella no se daba cuenta, pero su cuerpo se iba poco a poco llenando de él.

Cuando el día empezó de nuevo, ella saltó de la cama y, sin que él se diera cuenta, lo besó en la frente y se fue. Salió a la calle y la luz la cegó, así que decidió volar en vez de andar – no fuera a caerse.

Las sonrisas que veía eran exponencialmente más grandes que las del día anterior y el cielo no era azul sino verde y gritaba felicidad y gritaba su nombre.



Quería volver a verle.




2ª fase

 
Día 23


70 pulsaciones por minuto, frecuencia cardiaca estable.


Tolerancia



Él la había llamado y ella cogió una nube para ir hasta su casa – era el camino más rápido.
Él, como siempre, le abrió la puerta, la cogió en brazos y follaron a dos piernas. Después, ya con ropa y sin sudor, se sentaron a hablar de sus cosas: qué cara estaba la fruta, anuncios de coches, prostitutas, has oído esta canción, me recuerda a ti, bailes incapacitantes y lucha libre entre los dos.

Ella ponía sus pies de uñas pintadas en su pecho y jugaba al escondite con ellos, mientras él fisgaba en sus piernas haciéndole cosquillas sin que soltara una risa.

Él comparaba argumentos y decidía posiciones mientras ella defendía su opinión con un beso en los labios.


No se daba cuenta, pero su cabeza se iba amueblando de él.



3ª fase

 
Día 57

 
90 pulsaciones por minuto, frecuencia cardiaca inestable. Falta de apetito, de sueño y de concentración.






Dependencia



Es un día cualquiera, y él no está.



Ella en su cuarto pasando la plancha a apuntes que escriben sobre conciencia y atención, sin poder atender conscientemente.

Le dijo que iba a buscar estrellas, estrellas de mar. Ella no entendía por qué la dejaba allí sola, si para ella él era su estrella. No necesitaba más.

Las horas pasaban por el día igual que sus ojos pasaban del reloj a los apuntes.

Quería hablar con él, aunque fuera de nada. Quería oírle respirar, aunque fuera aire. Y para matar el tiempo se quedó pensando en ese gorgorito tan gracioso que hace cuando cuenta un chiste, y en sus cejas fruncidas cuando le preguntaba con disfraz de hombre serio, y en el remolino de su pelo que es científicamente indomable, y en el mandoble que hace con la mano y sin espada cuando hablaba de ella en tercera persona.


No se había dado cuenta hasta ahora, pero él había anidado en ella.



Fase 4

 
Día 68



130 pulsaciones por minuto, taquicardia. Malestar gástrico. Infartos. Ansiedad y ataques de pánico. Pensamientos obsesivos. Derilium tremens.




Abstinencia



Ella hizo las cosas mal.
Un día tenía el corazón frío y se le calentó la boca y él salió a la calle dando un portazo. La puerta gritó que no le esperara, que seguro que no volvería, y ella se echó a llorar, agazapada en el suelo.


Se preguntaba qué había hecho. Lo único que quería era que la necesitara y él no necesitaba quererla, eso pensó.

Recogió los trozos de la puerta e hizo una señal de auxilio por si él la veía y decidía volver. Mientras tanto, ella se dio capas de barniz para protegerse y, por si él volvía, la encontrara más tangible y dura.


Pero en su interior, el gramófono con la risa de él grabada no dejaba de sonar día y noche y ella pensaba en él y en sus combustiones, y en sus malos desayunos y peores tardes, y en sus idas y venidas y sus paradas y frenazos.



Una mañana el gramófono dejó de sonar. Ya no se oía nada, ni siquiera su respiración.

viernes, 3 de junio de 2011

Algún día me olvidaré la suerte

Porque suerte eres tú.

martes, 24 de mayo de 2011

Amor completo

¿Has anhelado, a través de los cansados días,
La visión fugaz del rostro amado?
¿Has clamado por un instante de paz
En medio del dolor de las penosas horas?
¿Has rogado por el sueño y la muerte,
Cuando el dulce e inesperado consuelo
Fue sólo sombras y aliento?
Hace mucho, demasiado, que el miedo no disminuye
Sobre estas ilusorias y reptantes flores.
Ahora descansa: pues aún en el reposo
Podrás conservar todos tus anhelos.

Debes descansar y no temer
Al acechante y sordo despertar
De una vida que transcurre a ciegas;
Llena de desperdicios y penas.
Debes despertar y pensar en lo dulce
Que es tu amor, en su íntimo ardor.
Será más dulce para los labios que conocerás,
Más dulce de lo que tu corazón intenta ocultar:
Anhelos absolutos e insatisfechos.
La respuesta a todas las esperanzas
Se cierran sobre ti, muy cerca.

Recordarás los antiguos besos,
Y aún el frío dolor que crecía.
Recordarás aquella poderosa dicha,
Y aún los ojos y las manos perdidas.
Recordarás todo el remordimiento
Por lo escasos que fueron sus besos,
El sueño perdido de cómo se conocieron
Es el sabor a miseria en tus labios marchitos.
Entonces parecía Amor, pero nacido para morir,
El Hoy es inquietud, dolor:
La bendición es el olvido, el silencio;
Mi Amor es solitario, más nunca será un secreto.

William Morris (1834-1896)


jueves, 28 de abril de 2011

Aullidos


Noche cerrada en campo abierto.

Despertó en medio de un claro demasiado oscuro. La noche caía sobre ella y le pesaba en los hombros.

Enfocó la vista y no pudo ver nada, no pudo ver a nadie.

“¿Hola?”

Sólo el eco le contestó y su propia voz se rió de ella.

“¿Hola?”

El miedo hizo que lo dijera más alto esta vez.

“¿Estoy sola?”

La Nada le contestó y ella no pudo decirle nada.

Miró a su alrededor y vio unos ojos vivos, entusiastas, llenos de preguntas que envidiaban ser respuestas. Se miraron fijamente y las pupilas se dilataron; a ella se le contrajo el corazón.

Abrió la boca de la impresión pero las palabras se aferraban a su garganta, temiendo que las echaran junto con una exhalación de verdad.

Ella no quería estar sola, pero esos ojos le daban miedo. No conocía la piel de lobo de aquel cordero, pero le tranquilizaba pensar que podía ser suave y darle calor.

“¿Has venido a buscarme?”

La sombra no contestó, pero las pupilas tintinearon. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica.

“Quiero saber quién eres.”

Su voz se volvió más firme y ahora aquellos dos faros amarillos temblaron en la oscuridad. Ella lo notó y se acercó un poco más.

Automáticamente, los ojos se alejaron, pero la mirada permaneció fija.

“¿Te vas?”

La chica tenía miedo de la misteriosa criatura, pero a la vez no quería que se fuera y la dejara allí sola.

Los ojos dieron un paso al frente y la luz de la luna alumbró un pelaje apagado. Era oscuro para camuflarse entre la negrura, para pasar desapercibido, para retroceder y huir en las sombras cada vez que intentaba acercarse a alguien. Y era suave para no hacer daño, para dar calor en invierno y pasión en verano. Era el primer lobo que ella veía en toda su vida. Nadie nunca le había hecho sentir tanto miedo y tanta atracción a la vez. La luz de la luna pareció crear un magnetismo entre ellos que los empujaba el uno hacia el otro, menguando la luna y el espacio entre ellos.


“No voy a hacerte daño.”

La declaración de intenciones firmó la guerra y el lobo aulló, empezando así la batalla en un baile de risas con doble filo.

Ella abrió la boca, sorprendida, justo cuando él echó a correr hacia ella. En el mismo segundo en que chocaron, ella supo que se había metido en el corazón del lobo.


viernes, 8 de abril de 2011

De playas y montañas

Frente al espejo, miró y no se vio.

¿Qué se suponía que tenía que ver?

Apagó la luz del baño con la mirada y entró en su habitación con el corazón vacío.

Vacío porque unos días antes había decidido hacer mudanza y entregó una orden de desahucio a sus sentimientos. Había oído gritos y sus venas se habían contraído del miedo. Le pidieron a la casera que los echara, que no quería gritos, ni llantos, ni noches de cómos ni mañanas de porqués.

¿Quién entraría a vivir ahora? Si nadie quería vivir en una casa destartalada, que se agrieta con pensamientos y se inunda con ilusiones.

Se metió en la cama y se echó la manta a la cabeza, se escondió de ella misma. Estaba empezando a escuchar los gritos otra vez, pero bajo esas sábanas se paraba el tiempo y las risas sabían a limón. Cuando decidió destaparse y sacar la cabeza para coger aire, vio a una persona a su izquierda. Era él. ¿Qué hacía allí? Esa era su cama y él se había metido sin preguntar. Sonrió y sonaron olas rompiéndose. Rompióse su corazón de un vuelco. Ella soltó el aire que había contenido para sobrevivir bajo las sábanas y él lo aspiró. Ese era su aire, su aliento, su billete de salida, ¿por qué se lo estaba llevando? No era suyo. La abrazó y ella cerró los ojos, quería soñar… estaba cansada y tenía sueño, mucho sueño, pero siempre que dormía tenia pesadillas. Temía ahogos de tiempo y faltas de revolcones. Pero allí, junto a sus olas, podía ver una playa enorme, infinita, de arenas transparentes pero movedizas. Se giró y le vio sonriéndole a contraviento.

Cuando se dio cuenta de que no era una playa, sino un oasis, el corazón se le quedó mudo. Ya no se oían gritos, pero tampoco olas. Empezó a hiperventilar y buscó cojines sobre los que llorar, pero sólo encontró sábanas blancas y dudas. Se dejó caer sobre el colchón sudando lágrimas y llorando miedos. Estaba cansada, muy cansada. Notó un peso a su derecha y miró. Era él. ¿Qué hacía allí? Pensaba que se había ido. Una brisa se chocó contra su rostro. Olía a montaña, a verde, a humedad, a fresco. Olía a nieve. Se puso los guantes y la bufanda, que esta vez no la asfixiaba. Él le sonrió y la luz la cegó, oyó su voz diciéndole que nunca se había ido de allí, que siempre había estado en su cama. Él tenía espejos en la cara y no sabía si era él o estaba mirándola a ella, pero nunca dudó del reflejo. La abrazó y ella cerró los ojos, estaba cansada y tenía sueño, mucho sueño, pero siempre que dormía tenía pesadillas. Temía movimientos bruscos y flechas que la hirieran mortalmente. Pero allí, bajo la nieve, podía ver la cumbre de una montaña verde y fría, con mantos de niebla y cobijo de mantas. Se giró y le vio sonriendo. No había viento. Había calma.


La imagen se le borró de los ojos y le traspasó la mente, huyendo por la espina dorsal. Miró al techo y se quedó pensando y pensó tanto que se perdió, se desvaneció en mil pedazos que quedaron inertes en la cama.